Molotov / Deep Madrid 1/82
De camino a casa de Ana, me encontré con un anciano que estaba parado en su coche en el medio de la calle. Miró por la ventana de su camioneta y vio a la mujer que acababan de sacar del auto. Se dio cuenta de las llamas, y me guio con la mirada hasta la pequeña zona de desastre. Buscó algo en la guantera, luego me miró, desde su camioneta, señaló hacia el camino donde había un coche viejo, con un par de muchachos. Seguramente sería el que tiró la pequeña bomba incendiaria. El coche se detuvo a unos pasos más adelante, en la estación de servicio, con la clara intención de robar. Propio de las pandillas que bajaban hasta este distrito en busca de lo que ellos ya no tenían: combustible.
En medio de este atentado desgraciado, algunos más desgraciados todavía, se aprovechan de la confusión. Así son las pandillas. Se esconden en los bordes de la M-40. La mayor parte del tiempo pelean entre ellas, pero a veces, bajan con sus bombas para tomar lo que les falta.
El anciano me alcanzó un matafuego. No lo puedo creer, bueno sí, lo puedo creer. El anciano se excusa por no poder ser más útil, mientras que otros roban cada día un poco más. Me acerqué al coche en llamas y empecé a arrojar espuma sobre el motor y el resto de la carrocería.
Allí estábamos los dos o tres que nos agolpamos para tratar de sofocar el incendio causado por el par de molotov que habían arrojado. La columna de humo dificultaba la respiración. Teníamos que apagar todo antes que llegue a tocar el depósito del combustible, eso podría ocasionar que se quemen otros coches, o peor aún, que alguien salga lastimado.
En cuanto la situación estuvo controlada, seguí presuroso mi camino, Ana me esperaba con la mudanza. Ojalá hubiera tenido tiempo para ayudar un poco más, ofrecerle un vaso de agua a la mujer o, tal vez, llevarla al hospital, estaba trastornada por el episodio, pero no, no pude. Que impotencia me da ver a las bandas actuar tan impunemente. Esta vez tuvimos suerte, no hubo víctimas.