El amor es la voz de Dios es nuestro corazón, que nos permite valorar la vida con esperanza y fortaleza. Por lo tanto, amar con plenitud implica aprender a conocernos a nosotros mismos y a los demás, también significa creer en nuestras propias capacidades de convivencia siendo una muestra de desprendimiento y de solidaridad que se complementa con el bien común. Ahora bien, el matrimonio es una forma social de amor blindada con la típica frase “hasta que la muerte los separe” que nos impulsa a buscar en la compañía de otra persona seguridad, paz y felicidad para construir una familia, sin embargo, no existen fórmulas secretas ni recetarios que garanticen el éxito de una pareja toda la vida.

Por ello, muchas veces se recomienda cultivar el amor en parejas celebrando fechas importantes como la de San Valentín, por ejemplo, que más allá de la connotación comercial explícita en su conmemoración, es un día particular del año que nos  invita a reflexionar sobre su vida como cristiano de convicción que demostró que el amor y la amistad son valores universales de la humanidad. En este sentido, el matrimonio para que dure hasta que la muerte nos separe debe estar cimentado en sólidas bases de comunicación, respeto e ingenio, lo cual resulta en un torbellino de experiencias de aprendizaje y enseñanza mutua.

Entonces, la didáctica del amor emerge como un concepto provisto de herramientas comunicativas para que las parejas aprendan a conocerse a sí mismas, permitiéndoles comprender sus miedos, necesidades y anhelos, cuya incidencia ayudará a construir esquemas de convivencia permeados de pasión, esfuerzo y complicidad en un camino de rosas con todas sus espinas hasta que Dios permita la vida terrenal y más allá.