Aquella niña miraba a través de la ventana y podía observar cómo otros niños de su edad jugueteaban en el parque justo al frente de su casa, se divertían incluso ella lo hacía, ella reía.

Le tenían prohibido salir fuera de casa porque un virus estaba causando mortandad a todo el pueblo, pero aún así las personas hacían su vida como se supone debía ser.

Los niños la observaban también y la invitaban a jugar con ellos. La niña intentaba hacerle señas con sus manos, su intención era que comprendieran que no podía acercarse a su casa.

Al siguiente día se escuchó por la radio una noticia poco alentadora y es que estaban reclutando niños para usarlos como esclavos. En ese preciso instante, la niña no lo entendía de esa manera sino cuando sus padres la tomaron entre sus brazos para pedirle a gritos que jamás saliera de casa.

—¿Porqué no puedo salir esta vez? Me siento muy bien, mi encierro se debió a un virus, y estoy fuera de peligro.—Fueron las palabras de la niña.

Sus padres la intentaban proteger y debido a ello la excusa de una enfermedad que nunca existió en su cuerpo.

A escondidas, se dirigió hacia la ventana para ver de nuevo a aquellos niños jugar, pero algo dentro de ella la hizo sentir mucho miedo, por lo que se fue alejando poco a poco de la ventana. Escuchó un fuerte sonido, se asustó y corrió enseguida tras sus padres.

—¿Qué escuchaste? debes decirnos ¿Qué fue que lo que escuchaste?
—Con desesperación preguntaron.

La infante no paraba de llorar porque aun cuando era pequeña, podía imaginar las peores atrocidades que le harían a las personas y a los niños si estaban en contra de la orden, que le había sido asignado por un ser nefasto, con una sed insaciable de acabar con la vida de cualquiera.

No eran campos de concentración, ellos solo debían labrar la tierra y pese al fuego que emanaba de ella no se les permitían moverse, quizás se trataba de una condena pero no para los infantes sino para sus padres quienes habían incumplido en el pasado la orden.

Imagen propia del concurso

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