Finalmente, Kevin cumplió con su meta: la fecha de la graduación, que a principio parecía tan lejana ahora estaba aterradoramente cerca.

El profesor Lawrence le llevó a la granja de los Goodwin para celebrar el logro junto a Lucien. Los Goodwin se les unieron y Kevin les agradeció por las felicitaciones y el apoyo.

—Esto no es algo que se logra todos los días —le dijo el viejo.

Lawrence no sólo era profesor de arquitectura sino que también pertenecía a una firma de hombres de este gremio. Antes de volver a Aberdeen para ir a la ceremonia, apartó a Kevin y le propuso unirse a ella. El nuevo arquitecto, que ya no era un jovencito, aceptó sin pensarlo.

Lucien escuchaba la conversación. Por un lado estaba alegre y por otro, se preguntaba si eso afectaría la dinámica de la relación. Y si lo hacía, ¿de qué forma?

La semana siguiente, Lawrence, Aidan y Lucien viajaron de regreso a la ciudad en el vehículo del profesor pero, en vez de irse al cuarto de universidad que Aidan ocupó los últimos cinco años, el catedrático les invitó a su casa durante la duración de la víspera de la ceremonia. La pareja agradeció el gesto y, el día fijado, los tres hombres fueron a la universidad y se entregaron a los ánimos del momento.

Tras recibir los títulos y diplomas por diversos reconocimientos, inició la fiesta. El recién graduado arquitecto bailó con su amante, sus amigos cercanos y con una que otra mujer. El alcohol cuidadosamente consumido y el ánimo general, eran una licencia para poder compartir y entrar en contacto físico con otras personas sin llamar mucho la atención.

Al mes de haber celebrado el final de su época de estudiante, Lawrence llevó a Kevin con Armin Szpunberg, el presidente-fundador de la firma quien era contemporáneo de Lawrence.

Kevin estaba nervioso. Esperaba ser del agrado de su nuevo jefe. Lawrence le llevó a lo largo de varios pisos hasta dar con la oficina de Szpunberg. La secretaria avisó al veterano de su llegada antes de dejarlos pasar.

Al poner un pie adentro, Kevin sintió un aroma agradable. Era un perfume que no había sentido antes y que le gustó mucho y que, a partir de ese punto de su vida, siempre asociaría a la primera experiencia laboral.

—Éste es el hombre del que te hablé —dijo Lawrence tras saludar a su amigo.

Kevin y Szpunberg se dieron la mano, intercambiaron unas palabras y el aspirante a entrar a la firma le entregó el portafolio con sus bocetos. Tanto el tutor como el aún pupilo, esperaban la respuesta deseada. En caso de ser negativa, Lawrence conocía a otras personas con las qué llevar a Kevin. No hay que perder la calma, le dijo para alentarlo.

Tras haber visto muy por encima el portafolio -el ojo experto de Szpunberg podía ver muchas cosas con una lectura rápida- anunció:

—Puedo tenerlo durante un período de prueba. Hasta entonces, no voy a asegurar su permanencia. Lo voy a contratar de forma temporal.

Kevin celebró internamente aunque el veterano sentado frente a él, notó el leve movimiento de los músculos involucrados con la sonrisa.

Un par de arquitectos ya cerca del límite de la tercera edad, observaron a Lawrence y a Mencken salir de la oficina del jefe de la firma con un ánimo alegre.

Con dolor y nostalgia, recordaron sus días mozos cuando empezaron a trabajar y sentían que tenían mucho por delante. Había algo que veían en Mencken que no solían ver en los arquitectos noveles. Aún con tristeza, los dos hombres siguieron avanzando hacia sus demás deberes del día.

Entraron en la una de las salas de conferencias para dirigir los nuevos proyectos. Mientras hablaban, el aliento del cercano retiro les respiraba en la nuca.

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