Recuerdo muy bien aquel día, no era un día especial ni tampoco uno peor o mejor de lo que acostumbraba ya que, como siempre, estaba expuesta al sol abrazador, los ruidos de mi pequeño y humilde pueblo y los crujidos de mi estomago que me recordaban lo triste que era vivir en la pobreza. Yo no era una chica afortunada para nada, debía vender todos los días en el mercado las creaciones de madera que hacía mi anciano padre para poder llevar un pequeño sustento a mi casa, no tenía más que harapos y sueños que consideraba imposibles. Soñaba con tener lujos y vivir en un castillo como los nobles, quizá si me casara con uno podría cumplir ese sueño, pero ni siquiera me consideraba lo suficientemente bonita como para casarme siquiera con un vecino del pueblo. Fue entonces, cuando mi mente viajaba en sueños imposibles y en lamentos, que llegó él.

Aquel hombre era alto y bien parecido, montaba un caballo y lucía prendas que ninguna persona del pueblo podría costear. Todos al alrededor se enfocaron en él pero pareció interesado únicamente en mi humilde puesto ya que se acercó lentamente, una vez estaba frente a mi preguntó por cada una de las cosas que tenía exhibidas y luego me miró fijamente y me sonrió amablemente mientras decía que en realidad se había acercado atraído por mi belleza. Yo había quedado sonrojada pero no le di importancia y le sonreí nerviosamente, fue entonces cuando empezó a coquetear conmigo y me decía que era un conde que había viajado por muchos pueblitos en búsqueda de una joven para casarse y que yo había captado su atención. Yo sentía que estaba soñando, realmente no creía la suerte que tenía y sabía que debía aprovechar aquella oportunidad, pero a la vez me sentía un poco desconfiada.

Empezó a hablar conmigo y pidió permiso para sentarse a mi lado, me preguntó sobre mi y mi vida y me contó un poco sobre la suya. Duramos horas hablando y me dijo que ahora mismo estaba aun más interesado en que yo fuera su esposa, me afirmó que yo era la joven más interesante y hermosa que había conocido y que deseaba darme una mejor vida. Me notó incrédula así que me dijo que sabía que era difícil de creer pero que si me iba con él en ese instante mi vida cambiaria por completo a una llena de lujos y alegrías, me hizo la promesa de protegerme y amarme y de que, si me casaba con él, también llevaría más adelante a mis padres con nosotros y los sacaría de la pobreza. Yo entonces decidí tomar aquella oportunidad tan increíble, me iría en la mañana siguiente, para despedirme de mis padres y contarle las buenas nuevas, y empezaría una nueva vida.

Y así fue, en la mañana el conde estaba fuera de mi humilde hogar y, aunque mis padres al principio no lo tomaron de la mejor manera, terminé yéndome con él en camino a la vida que siempre había soñado. Fueron unas cuantas horas de viaje a caballo hasta que llegamos a este castillo, hermoso y enorme, con un frente lleno de estatuas y hermosas plantas. Bajamos del caballo y me llevó hacia adentro del castillo a una habitación donde tenía preparados muchos trajes hermosos, joyas, zapatos y una enorme cama que me dijo eran solo para mí. Aun me sentía en un sueño, pero me permití disfrutar de horas probándome los distintos vestidos que allí había para luego ir al comedor acompañada del conde para tomar la cena.

En la mesa había cortes de carne fresca, frutas, pan y mucha comida que se veía deliciosa y él me invitó a comer lo que quisiera. Luego de terminar de comer me dio un pequeño paseo por el hermoso y enorme castillo, terminando en un patio en el que habían demasiadas estatuas de mujeres pero simplemente no le di importancia, y luego de un rato me pidió que descansara porque “mañana sería un día especial”. Obedecí y me fui a la habitación, feliz como nunca antes y emocionada por saber que tenía el conde preparado para mañana, aunque nada podría ser mejor que lo que ya me había permitido vivir.

Luego de una larga y rica siesta, cuando el sol empezó a entrar por la ventana de la habitación me levanté y me dirigí a la sala donde él me esperaba. Tomamos juntos el desayuno y me llevó al patio donde estaban todas esas estatuas, susurrándome cosas al oído y diciendo cuan feliz era de haber encontrado a una dama tan linda en su camino, sacó de su bolsillo un anillo y me propuso oficialmente ser su esposa. Sus palabras fueron: “deseo que seas quien siempre me acompañe en este castillo tan solitario y verte a diario por la eternidad. ¿Me permitirías ser mi esposa y cumplir este deseo?”. Fue entonces cuando tomé la peor decisión y dije que sí.

Inmediatamente, luego de aceptar y de que él colocara el anillo en mi dedo, empecé a sentirme rara y cuando menos lo esperé la mitad de mi cuerpo se había convertido en piedra. Sin darme cuenta había sellado una maldición en mí y cuando ya no me podía mover en absoluto me volvió a susurrar en el oído “siempre estarás en este castillo, podré observarte por la eternidad como todas mis otras esposas”. Fue entonces cuando me di cuenta de que todas esas extrañas estatuas no eran más que otras chicas que habían caído en los engaños y encantos de aquel malvado conde. Terminé por ser una estatua más de su colección.

Desde entonces han pasado ya 5 años y cada vez hay más estatuas, hoy es otro de esos días en que observo desde el fondo de aquel patio como el conde trae una nueva chica de algún pueblito y, en medio de promesas y engaños, las condena por el resto de su vida.