Como la espuma
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Imagen del post de @solperez
Y así fue, en lo que tuvo la edad requerida Ivette fue a la escuela privada más cara de la capital, al lado de niñas de buena posición, que no se imaginaban nunca su origen humilde.
En principio ella fue una alumna muy aplicada y concentrada solo en su formación; pero a medida que fue creciendo y convirtiéndose en una mujercita, comenzó a salir por la ciudad con las compañeras de estudio y, de algún modo, poco a poco comenzó a enamorarse del mundo que la rodeaba.
Hubo dos acontecimientos que marcaron el rumbo de su vida, y que se dieron casi simultáneamente: Por un lado, entendió, según las últimas cartas que recibió de su madre, que su salud se aquebrantaba trágicamente, así que no podría pagarle por mucho más tiempo los estudios; y, por otro lado, conoció "La casa de los pintores", un lugar muy hermoso en el centro de la ciudad, donde se daban cita los alumnos de arte, sobre todo pintores, maestros, críticos, y muchas modelos, que posaban por alguna paga para los artistas plásticos.
Ya para la muerte de su madre, Ivette había abandonado la escuela, vivía en una casa de señoritas con una de sus amigas, y era una de las modelos más solicitadas por maestros y alumnos de pintura.
En su mente quedó dibujada la primera vez que posó desnuda para un pintor. Se quedó sorprendida con la facilidad que lo hizo, no sintió ningún pudor, como si eso hubiese sido lo más natural para ella, y no solamente posó, sino que se entregó a él con ardiente pasión y deseo inusitado de perder su virginidad, como si fuera algo que le pesara.
Pero no fue por haber sido su primer amante que nunca más olvidará a Raúl, sino que a través de él fue que se introdujo en el mundo de la pintura.
Ella preguntaba, y a él le gustaba explicarle; y casi sin darse cuenta, comenzó a trazar sus primeras líneas, y el lienzo creció ante ella, como una posibilidad de contar su visión, su paso por el mundo.
El tiempo que vivió con Raúl fue un tiempo de felicidad y aprendizaje, y quizás se hubiese quedado con él para siempre, si Raúl no hubiese muerto tan joven de tuberculosis.
Estuvo por mucho tiempo sola, modelaba y pintaba, porque aún era muy hermosa, una hermosura voluptuosa y firme que era muy apetecida por todos los pintores, sus senos vibrantes y redondos, de pezones casi inexistentes, eran tema de conversación obligada en la "casa del pintor".
Y así, entre modelando, haciendo el amor, y preguntando, Ivette se convirtió en una gran maestra de la pintura.
Cercana a los 40 años Ivette mantenía su belleza intacta, y no tenía interés en tener una pareja fija, había hecho ya algunas exposiciones, y sus cuadros comenzaban a venderse bien.
Para esa época conoció a Jean Pierre, vio en sus ojos los ojos de Raúl, y no le fue difícil enamorarse de él, así que a sus 40 años comenzó un romance con un joven de 17, que más bien parecía su hijo.
Se convirtió en la maestra de Jean Pierre, en todos los sentidos, estudiaban juntos, iban a las galerías, estaban en los labios de todo el mundo, para bien y para mal, todos hablaban de ellos, y a ella comenzó a gustarle eso, le gustaba que la vieran a su lado, de alguna manera lo mostraba como un trofeo, porque Jean Pierre no solo era hermoso y varonil, sino que tenía mucho talento.
En esos momentos de gran felicidad, cuando Jean Pierre dormía tendido desnudo sobre la cama y lo contemplaba satisfecha; y la noche y el silencio lo cubrían todo, Ivette acostumbraba recordar a su madre, la veía lavando, con sus pies blanquísimos y grandes ungidos por el agua de la ropa de toda la gente del pueblo, mirándola con esos ojos grandes y negros idénticos a los de ella; no era una mirada triste, solo extraña, una mirada que nunca logró comprender.
Entonces caminaba desnuda por toda la habitación, abría la maleta que tenía guardada desde que se vino del pueblo, sacaba una vieja muñeca que le había regalado su mamá, la acariciaba, y así se quedaba dormida.
Ivette no pudo resistir la traición de Jean Pierre, porque no solamente la engañó, sino que fue con una mujer aún mayor que ella, y eso, no sabía por qué, la hizo odiarlo de un modo, que no lo quiso perdonar, por más que aún lo amara; y a pesar de la insistencia de Jean Pierre, en decirle que estaba arrepentido y que no podía vivir sin ella.
La madurez de Ivette, la encontró sin pintar nunca más, en una habitación solitaria, la misma que siempre tuvo con Raúl, rodeada de muchos cuadros que nunca terminó, acariciando su vieja muñeca, y sintiéndose satisfecha con la compañía de una gata, a la que le puso como nombre: Espuma.
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Imagen del post de @solperez
Me gustaría invotar a @aplausos, @impersonal y @memamun. Aquí la información
Creo que en el fondo Ivette nunca dejó de ser la hija de la lavandera que siempre buscó sobrevivir a su manera.
Me encantó leerte. Gracias por estar. Un abrazo.
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Muy bueno. De verdad! Tu escrita me encanta.
En hora buena por más este texto muy bien trabajado.