PARÁBOLA DEL GLOBO Y LA BOLAS DE HIERRO
Imaginemos un planeta donde todos los países eran pobres y miserables, hundidos por unos regímenes económicos y unas instituciones pseudomedievales ineficientes que no les permitían progresar. Era como si fueran prisioneros de su propia historia y sus pies estuvieran ligados a unas bolas de hierro que les impedían caminar. Existía un globo aerostático que simbolizaba la riqueza. Los países que estaban dentro de él subían hacia el cielo, se desarrollaban y mejoraban su bienestar. Los otros seguían en tierra, ligados al suelo por las bolas de hierro, condenados a ser pobres. Poco a poco, gracias a la revolución industrial, los países europeos empezaron a subirse al globo y éste comenzó a tomar altitud.
La distancia, la desigualdad, entre estos países y los que estaban ligados al suelo empezaba a aumentar. La mayoría de países seguía en tierra, pero todos ellos mantenían la esperanza de poder llegar a subir algún día al aerostático. Para facilitar la subida, contaban con unas cuerdas elásticas que pendían del globo, las cuerdas del mercado y de la globalización. Algunos países se agarraban a ellos pero no lograban elevarse porque las bolas de hierro seguían atadas a deshacerse de esa carga que les impedía progresar. Para ello había unas llaves que abrían sus cerraduras. Dichas llaves eran una serie de instituciones, entre las que destacaba el gobierno, que permitían un funcionamiento eficiente de los mercados.
Países como Japón, Alemania o Italia las encontraron, se libraron de las bolas de hierro, y en pocos momentos las cuerdas elásticas los izaron hasta el globo: la tasa de crecimiento era enorme y el proceso de convergencia hacia los países ricos, que seguían ascendiendo con el globo, era relativamente rápido. Poco a poco, otros países siguieron el mismo proceso: a los pequeños dragones se sumaron los grandes tigres del sudeste asiático y, finalmente, China, que, con sus más de 1.200 millones de ciudadanos, también empezó a zafarse de las bolas de hierro y las cuerdas elásticas tiraron de ellos con fuerza hacia el globo. Todos experimentaron espectaculares procesos de crecimiento que les permitieron recortar diferencias con los países ricos. Mientras todo eso sucedía, los observadores económicos mesuraban las distancias, las desigualdades entre los países que estaban en el globo y los que seguían atados al suelo. La conclusión era de-soladora porque la distancia era cada vez mayor. Algunos de los analistas antiglobalización, [29] horrorizados por la creciente desigualdad, hacían predicciones catastróficas diciendo que éstas aumentarían sin parar. Para solucionarlo, proponían Ésa era una propuesta suicida, puesto que la única esperanza que tenían los pobres era no soltar las cuerdas que los unían al globo, las cuerdas de la globalización.
Si había un modo seguro de quedarse pegado al suelo ése era cortar los lazos con los países ricos. Pero los críticos argumentaban que la evidencia histórica mostraba que había muchos países que se habían agarrado a las cuerdas sin por ello haber conseguido alcanzar el globo. Y ponían como ejemplo estelar la Rusia de Yeltsin. Pero no se daban cuenta de que el problema no eran las cuerdas que ligaban a los pobres con los ricos sino las bolas de hierro que los ataban al suelo de la miseria. Para que las cuerdas del mercado y de la globalización los izasen hacia el globo era necesario encontrar las llaves, las instituciones y los gobiernos eficientes que permitieran librarse de las pesadas bolas. Y una vez lo tuvieron claro, más y más países consiguieron liberarse. Poco a poco, a lo largo del siglo XXI , los países africanos, centroamericanos y el resto de países asiáticos y del este de Europa fueron creando las instituciones públicas y privadas que los liberaban de las bolas de hierro, y las cuerdas elásticas hicieron el resto, tirando de ellos hacia el globo de los ricos. A principios del siglo XXII todos los países del mundo volvían nuevamente a ser iguales. La desigualdad se había reducido. Pero ahora no eran pobres, sino ricos. Eran igual de ricos. A pesar de que esto es una Poco a poco, los países pobres conseguirán introducir las instituciones que desencadenen las fuerzas de mercado y, cuando lo consigan, las diferencias se reducirán nuevamente. Una vez llegados a este punto, el lector se preguntará: ¿Y tú cómo sabes que todos van a terminar siendo ricos? La respuesta es que no lo sé. Simplemente lo sospecho. Ahora bien, es una sospecha basada en la experiencia empírica. Me explico. Si bien es cierto que hay muchos países que, de repente, empiezan a crecer espectacularmente y a converger hacia los países ricos, la evidencia que tenemos del siglo XX también nos muestra que hay muy pocos ejemplos de países ricos que se hayan caído del globo y se hayan hundido en la miseria.
Por ejemplo, desde 1960 hasta hoy en día, quizá sólo haya dos casos: Venezuela y Trinidad y Tobago (ambos son países un tanto especiales, donde las luchas entre los políticos corruptos para apropiarse de sus riquezas terminaron llevándolos a la ruina). [30] Desde un punto de vista estadístico, si cada cuarenta años hay veinte países que suben al globo por dos países que se caen de él, hay que esperar que, a la larga, todos terminaremos arriba. Otro hecho que invita al optimismo es que los países tienen la tendencia a aprender de sus errores y de las lecciones que da la historia. Por ejemplo, dada la mala experiencia del comunismo durante sistema socialista de planificación central a lo largo del próximo siglo, cosa que reducirá el número de fracasos económicos durante las próximas décadas. Y si en los últimos cuarenta años ha habido veinte países que han conseguido crear las instituciones que les han liberado de las bolas de hierro, durante los próximos cuarenta años habrá más de veinte que lo hagan. Es de esperar, pues, que tarde o temprano todos los países acaben desarrollándose, a pesar de que en la actualidad las distancias entre los países ricos y los pobres sean cada día mayores.