Esa mañana invernal nos sacudió la miseria y el instinto de supervivencia nos indicó que ya es el tiempo de migrar. Cual gaviota volando en bandadas, así nos fuimos juntos con los ojos hinchados sabidos de que nos esperaba el extrañar.

¿Acaso alguien me preparó para esto? simplemente está en nuestra nueva normalidad el querer sacudirnos el lastre que nos asedia y sentirnos mas libres y emancipados que nunca.

Duele, y muy hondo pues no es lo que esperaba, de lejos se veía armonioso y vibrante; pero de cerca, es tan taciturno como no lo imaginarían jamás.

Las alas conforme van pasando los días y las horas van doliendo más, el inicio es placentero, pero ya luego de muchos días persiguiendo a la primavera contra los vientos de la antártida, apenas puedo pretender comer un poco de los vastos sembradíos de trigo que alfombran estas tierras pampeanas.

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Ni hablar, esto es tan lúgubre, tan pálido como un día normal patagónico; en donde lo único predecible es que sentirás frio y un "te lo dije" fulgurante de los que ni se atreven a imaginar que si existo.

Más allá de las teorías conspirativas, me siento como un aliens desencajado en una sociedad egocéntrica y consumista que olvidó el verdadero valor de vivir en comunidad.

Hay un desdén severo contra aquel que decidió migrar; que lo hace sentir tan frustrado, tanto como si estuviese en la madre patria.

Por eso es mejor pretender no llevar un rumbo fijo, que se pierda la brújula para no tener que extrañar nada más; solo volar y saber que pese a todo, si existe.

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