Noches hermosas, cálidas y festivas acompañadas de las delicias del mar y de un cielo floreciente. No podría, aunque quisiera dejar de sentir la alegría de su gente, de su ambiente. Mi alma se emociona, se alborotan mis emociones al recordar los olores sazonados de sus calles concurridas. Solo Dios sabe las razones, tan solo él y aquella noche que como ninguna, cambió la fiesta en lamento.

Esa noche de verano las tiendas, los restaurantes y bares se encontraban abarrotados de personas. Propios y ajenos procuraban encontrar un espacio en alguna de las mesas apostadas a lo largo del concurrido boulevard. Unos corrían con suerte, otros no tanto pero eso no era motivo para desanimarse. Todos asistían al encuentro de la sana diversión a través de la música y sus artistas, querían conocer un poco más "La Barquita", ese hermoso pueblo pesquero en el que sus habitantes vivían felices por la bondades de su mar. Los pescadores hacían su día echando sus redes y con el fruto de su pesca surtían las pescaderías y restaurantes los cuales, valiéndose de la magia del arte culinario plenaban sus mesas convirtiendo la cena en un festín. No había razón para permanecer en casa esa noche.

Corrían las horas entre risas, comida bebidas refrescantes y espirituosas. El sonido de la música y la algarabía de la gente hacía imposible que se escuchara a los animales que se encontraban por los alrededores del boulevard y que habían llegado atraídos por el olor de la comida pero que de igual forma no pudieron hacer caso omiso al vibrar de la naturaleza. Los perros comenzaron a ladrar con mucha fuerza, las cabras que algunos lugareños solían tener en sus patios salieron corriendo y atravesaron el lugar tumbando las mesas y llevándose por delante a las personas . Tal fue el alboroto que los músicos dejaron de cantar, las personas no hablaron más y todos estuvieron atentos, como en espera de que algo sucediera.

No tuvieron que esperar demasiado. Pocos minutos después los allí presentes empezaron a sentir como el suelo a sus pies comenzó a crujir. Los pescadores que preparaban sus redes para salir al mar corrieron hacia el pueblo gritando ¡"El mar se recogió", tenemos que subir a la montaña! Los habitantes del pueblo sabían que esa no era una buena noticia, el último tsunami que habían tenido, había sido hacía tanto tiempo, que habían olvidado el desastre que aquella vez resultó. La gente empezó a llenarse de pánico y sin más, huyeron con dirección a la montaña. Pronto el mar emprendió su entrada al pueblo llevándose todo a su paso. Las olas de casi 5 mtrs de altura cubrían y tumbaban los puestos de comida, los kioscos de dulcería, las mesas hermosamente adornadas y gran parte de los instrumentos musicales con los que, minutos antes, los músicos amenizaban los diferentes eventos. La gente que estaba disfrutando de una gran noche, de pronto se encontraba corriendo y sin querer mirar hacia atrás. Solo lloraban y pensaban en lo afortunados que eran de estar aún con vida.